Hoy quiero abrirme como quizás no lo he hecho en artículos anteriores.
Cuando apareció el cáncer, el mundo se detuvo para mí. Todo lo que tenía -amigos, trabajo, familia, incluso amores- quedó congelado en el tiempo. Me concentré tanto en recuperarme, en hacerlo “bien”, que no me di cuenta de que el mundo seguía girando.
Durante ese periodo trabajé en mil ideas, planes, proyecciones y proyectos para “cuando estuviera bien”.
Hoy, una simple llamada me despertó de esa realidad.
Y no, no crean que fue alguien dándome un sermón o motivándome a seguir adelante. Fue una inocente llamada a una persona especial que me hizo comprender todo lo que había pasado y me había perdido estos años.
Hoy entendí que, durante casi tres años, no hice más que construir una burbuja de seguridad: por miedo a equivocarme, por miedo a fallar, por esa inseguridad que siempre me ha acompañado. A mi alrededor escuchaba preguntas constantes: “¿Pero, cómo te vas a mantener?”, “¿De qué vas a vivir?”, “¿Cuándo vas a retomar tu trabajo?”
Antes de aquel 22 de diciembre de 2022 había tenido muy buenos trabajos, de los que me sentía orgulloso. Quizás pude haberlos desempeñado mejor, sí, pero lo que había logrado ya era, para mí, un triunfo. Incluso tenía asegurado un contrato para volver a trabajar en el extranjero. Pero ese día, un examen de sangre lo detuvo todo, de golpe, como aquella vez que el carro frenó en seco al atropellar una vaca en la carretera.
Me bloqueé por completo. Mis oídos dejaron de escuchar al mundo exterior y solo atendían a las voces de mi cabeza: debes hacer esto, debes ir aquí, debes hablar con tal o cual persona. Quise gobernarlo todo. No permití que nadie más tomara el timón de mi vida.
Necesitaba demostrarme que podía salir adelante, que podía con ese reto.
Hoy, 3 años después, puedo decir -gracias a Dios y a la Virgen María- que he avanzado en salud. He contado con un apoyo familiar enorme, médicos increíbles y con amistades muy valiosas que no me dejaron caer. Y aun así, algo no estaba bien.
Siento que estoy viendo la vida pasar. Siento que ya no pertenezco aquí. Los días transcurren y da lo mismo si es lunes o sábado por la noche: la rutina es idéntica. Se acerca la Navidad y ya no la vivo como antes.
Esa llamada de hoy fue el golpe de realidad que necesitaba. Me hizo ver que quedarme en casa no evita enfermarse ni esquivar los problemas. Que seguir remando no basta: hay que hacerlo con dirección y con esperanza. Que la vida, me quede el tiempo que me quede, debo exprimirla y disfrutarla mientras la salud me lo permita.
Por eso hoy decido salir de esa burbuja.
No sé qué pasará, pero sí sé que debo continuar mi camino. Si Dios me concedió estos tres años de recuperación, no fue para quedarme inmóvil, sino para algo más. Y ese propósito no se cumple esperando.
A partir de hoy no prometo grandes cosas. Solo prometo no quedarme quieto.
Les deseo unas felices fiestas y un cierre de año en paz, con espacio para mirar hacia adentro y también para volver a moverse.
Gracias por leerme y por acompañarme en este camino.
El próximo año seguiré compartiendo nuevas reflexiones y aprendizajes en Entre Obras y Reflexiones. Ojalá sigamos encontrándonos ahí.

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