A propósito de la celebración del mes de la patria, una celebración de independencia que nos enorgullece pero que también nos presenta retos y obligaciones, escribí hace unos años este texto que quiero volver a publicar esta vez en mi blog. Es un texto que nace desde lo más profundo de mi conciencia y que espero que pueda tocar también la de mis lectores.

«Muchas veces hemos escuchado esta frase. Sobre todo en boca de políticos cuando tratan de convencer a la población de que su propuesta es la mejor. Quisiera contarles cuál es la Costa Rica que yo quiero.

Yo quiero una Costa Rica en la que se viva sin envidias. Que nos alegremos por los logros o cosas que le sucedan al vecino, en vez de tratar de serrucharle el piso o minimizarlo.

Yo quiero una Costa Rica en la que el chisme político no venda. Que los programas baratos de televisión donde lo único que hacen es sacar a relucir los trapos sucios de las personas, no tengan cabida en la programación. Donde se den noticieros serios y con sentido de humanidad, que no salga el amarillismo y el informar por ser el primero y no por ser el mejor.

Yo quiero una Costa Rica en la que los niños sean tratados como tales, que se les de el cariño y la comprensión que necesitan, no la que piensa la gente que necesitan. Que no se les impongan obligaciones más allá de las que requieren para ser hombres y mujeres de bien.

Yo quiero una Costa Rica que sepa darle el lugar que se merecen a los adultos mayores, esos que lucharon día a día por darnos lo que hoy somos y tenemos. Que sepamos escucharlos y tomar sus consejos, aunque no siempre estemos de acuerdo con sus ideas. Ellos necesitan de nosotros.

Yo quiero una Costa Rica en la que nos enorgullezcamos por los representantes que tenemos en el poder, pero que ellos también sean merecedores de ese respeto. Quiero un presidente que tenga la fuerza para pelear por lo que realmente le conviene a mi país. No quiero un presidente blandengue que se deje dominar por un grupito.

Yo quiero una Costa Rica en la que los puestos públicos de alto nivel, sean ostentados por personas de alto nivel moral, que de verdad quieran hacer algo bueno por el país y no por personas oportunistas y mediocres que no les importa la responsabilidad que tienen a su cargo.

Yo quiero una Costa Rica en la que los empleados públicos no se dejen dominar por un grupo que se dicen ser los representantes de sus intereses. Esos que se aprovechan de la nobleza e ignorancia de la gente para acceder a un puesto con el fin de ver que consiguen. A esos vividores, no los quiero.

Yo quiero una Costa Rica en la que cuando vaya al banco no me atiendan de acuerdo al grueso de mi billetera, ni me discriminen porque no tengo una gran empresa o un apellido de «alcurnia» como decía mi padre. Que me atiendan con dignidad y sentido del respeto.

Yo quiero una Costa Rica en la que viajar por las carreteras no sea un peligro. Que los conductores manejen sabiendo que no lo hacen solos, que junto a ellos también hay otros conductores que llevan las mismas ganas de llegar al lugar al que viajan. Que las carreteras tengas sus espaldones y lugares apropiados para que los buses puedan bajar de manera segura al pasajero, que cuenten con la señalización y la iluminación adecuada, tal como debería ser de acuerdo con lo que se recauda todos los años para ese fin. En las que los carriles para tránsito lento sean para los camiones y vehículos que vayan despacio.

Yo quiero una Costa Rica que quiera superarse. Que se den las oportunidades de trabajo, educación, salud, acceso al crédito para la producción, vivienda digna y todo lo que sea bueno a la vista de Dios.

Yo quiero una Costa Rica en la que pueda salir seguro y regresar seguro a casa. Que no me de miedo salir a comer, al cine, al parque, a causa de la delincuencia, a la ausencia de policías. Que se combata desde adentro la corrupción en el gobierno, que es la principal causa de que prolifere la delincuencia.

Yo quisiera muchas cosas más que un artículo no me daría el espacio suficiente para enumerar. Sin embargo, amigos, lo que realmente quiero y lo deseo con todo el corazón, es que nos demos cuenta de que somos los llamados a cambiar las cosas, para que eso que queremos sea una realidad.

Lo que quiero es que no nos tomemos las cosas tan a la ligera o diciendo «eso no es conmigo», porque en realidad sí nos concierne a todos. Es el deber que adquirimos hace 204 años cuando una noche, con antorchas, llegó el acta de nuestra independencia, y que hoy disfrutamos con alegría y orgullo, pero que debemos asumir con total responsabilidad.

Por lo tanto, cuando veamos que alguien está obteniendo logros en su trabajo, en su vida familiar, alegrémonos y démosle nuestra felicitación. Y cuando veamos que alguien no la está pasando bien, no lo hundamos más en su desgracia, sino ayudémosle a levantarse aunque sea con palabras de aliento. Esas palabras, que por simples que sean, le den la fortaleza para ver que no todo está perdido y que vale la pena seguir luchando.

La Costa Rica que yo quiero dista mucho de la que tenemos. Somos nosotros los que debemos cambiar eso, con nuestra actitud hacia las cosas, siendo más responsables con los deberes que nos han otorgado, pero también siendo más humanos y ayudando a los que nos necesitan».


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