Hay días en que las palabras se esconden.
No porque no tenga algo que decir, sino porque no sé si tiene sentido decirlo.
O si alguien quiere escucharlo.
O si yo mismo tengo la energía de hacerlo.
Y entonces no escribo.
O más bien, no sé cómo escribir.
Porque lo intento. Lo pienso. Lo anhelo incluso. Pero no pasa nada.
Abro el documento en blanco, dejo que el cursor parpadee como un semáforo sin tráfico… y nada.
El silencio no es vacío.
Es ruido interno.
Es una mezcla de pensamientos que no se ordenan, de sensaciones que no se transforman en frases, de cansancio que se disfraza de “falta de inspiración”.
Y sí, me hago preguntas.
¿Estaré diciendo algo que valga la pena?
¿Estaré siendo demasiado blando?
¿Demasiado obvio? ¿Demasiado yo?
¿Estaré escribiendo bien… o simplemente repitiéndome?
¿Alguien lo lee de verdad, más allá del clic, más allá del “me gusta”?
No es ego. Es duda.
Esa duda silenciosa que se instala cuando el texto se publica y no hay eco.
Cuando sentís que diste algo de vos, pero no sabés si llegó a algún lado.
Y aunque sabés que no escribís solo para gustar, tampoco escribís para que se pierda.
Hay algo en la escritura que necesita diálogo, aunque sea sutil. Una respiración del otro lado.
A veces me convenzo de que todo está bien. Que hay ritmos. Que no todo texto tiene que impactar. Que escribir también es un acto íntimo, una forma de poner en palabras lo que se siente, aunque nadie lo lea.
Pero otras veces pesa.
Pesa el esfuerzo sin respuesta.
Pesa la energía que se escapa por los dedos para terminar en la nada.
Pesa la sensación de estar hablando en un cuarto vacío, aunque tenga las luces encendidas.
Y sin embargo, aquí estoy.
Escribiendo.
No porque tenga algo brillante que decir, sino porque este silencio también quiere ser nombrado.
No sé si es valiente o terco.
Tal vez ambas cosas.
Pero cada vez que dudo, me pregunto:
¿Y si alguien, en algún lugar, siente lo mismo y le hace bien leerlo?
¿Y si este texto, pequeño y honesto, no cambia el mundo, pero le da un respiro a alguien?
No necesito muchas respuestas. A veces, solo una mirada que diga: “yo también”.
Así que escribo.
Incluso cuando no tengo ganas.
Incluso cuando no sé si lo haré bien.
Incluso cuando nadie aplaude, comenta o comparte.
Porque este silencio que no escribo…
es también parte de mi voz.

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