Hay momentos en la vida en que detenerse no es una opción, es una necesidad. Pero aprender a hacerlo con consciencia puede ser el mayor acto de construcción interior.
Cuando parar no es rendirse
Durante mucho tiempo creí que parar era sinónimo de debilidad. La idea de que “pierde quien se detiene”, de que “hay que mantenerse en movimiento”, me penetraba la piel cuando trabajaba en entornos exigentes, de disponibilidad 24/7, de “alto rendimiento”. Vivía pendiente por cumplir un cronograma, por la entrega que adelantar o la reunión que preparar.
Hasta que un día, la vida me obligó a parar.
Por situaciones personales, que ya he comentado en anteriores artículos, me vi forzado a hacer un alto que jamás habría elegido. Fue abrupto. Doloroso. Inesperado. Pero también, fue la oportunidad de mirar hacer adentro, con sinceridad, y replantearme muchas cosas.
Y ahí descubrí algo que no aprendí en ninguna universidad ni proyecto: a veces, detenerse no es fallar. Es empezar de nuevo con otra mirada.
La cultura del rendimiento nos desgasta
En muchas organizaciones, parar está mal visto. Se premia al que nunca se detiene, al que contesta correos a las 11 p.m., al que está siempre disponible, siempre corriendo. La cultura de la productividad sin tregua nos empuja a sentir culpa por tomar una tarde libre, por decir “no puedo más”.
Pero, ¿cuál es el costo de esa carrera?
En mi caso, tuve que enfermarme para entender que no todo depende de mí, que está bien soltar por un momento y que vivir no es solo cumplir tareas. Se nos aplaude por aguantar, pero no por sanar. Por producir, pero no por escucharnos.
Y en esa pausa obligada, empecé a reconstruirme.
La pausa como espacio de reinvención
Fue ahí donde nació este blog. Donde me senté, por primera vez en años, a escribir con calma. A mirar hacia atrás, a ordenar lo vivido, a compartir con otros lo aprendido. donde reencontré el placer de crear sin presión, de compartir sin pretensión.
Volví a leer, a capacitarme, a conversar con personas con las que hacía tiempo no hablaba. Volví a soñar.
Y lo más importante: volví a crear. Porque gracias a ese silencio, logré terminar y publicar mi primer libro El ocaso de un caudillo, un proyecto que llevaba meses guardado y que por fin vio la luz. Y a la par, se empezaron a gestar nuevas ideas, nuevos caminos profesionales que hoy me ilusionan como pocas cosas lo han hecho.
Lo que se aprende al bajar el ritmo
No es fácil. No es inmediato. Pero cuando bajamos el ritmo, el ruido se apaga… y aparecen cosas que antes no escuchábamos. Cosas como:
- Nuestra voz interior, la que callamos por tanto tiempo.
- El valor del tiempo, que no se mide en horas facturables.
- La necesidad de sanar, y no solo de avanzar.
- La belleza de lo simple, como un café lento o una charla sincera.
- La importancia de dar, porque al dar sentido, encontramos propósito.
Hoy sé que parar es construir
En construcción, muchas veces hay que detener una obra para corregir una falla, revisar el diseño o ajustar la estrategia. Lo mismo pasa con la vida.
Parar es parte del proceso. No es un error, es una etapa.
Hoy camino más lento, pero con más sentido. Tomo decisiones desde otro lugar. Trabajo con más intención. Y agradezco haber encontrado un propósito nuevo, más liviano pero más profundo.
¿Y vos? ¿Cuándo fue la última vez que te detuviste?
Tal vez este sea el momento de mirar hacia adentro, de ajustar planos, de construirte desde otro lugar.
Porque la pausa también construye.

Deja un comentario