Hay días en los que uno se detiene, aunque sea un minuto, y se pregunta:
¿Todo esto…para qué?
Esa pregunta me ha visitado más de una vez a lo largo de mi vida. Y no siempre he tenido la respuesta clara.
Cuando era más joven y recién empezaba mi carrera laboral, pensaba que mi propósito era alcanzar un puesto alto en una importante empresa constructora, desarrollar grandes proyectos, dirigir cientos de personas y tener la responsabilidad que creía merecer. Esa era la meta. Ese era el sueño.
Pero tuvieron que pasar muchos años -y no pocos obstáculos, sufrimientos, noches sin dormir y humillaciones- para llegar a estar en proyectos de gran nivel internacional. Y lo más paradójico es que, cuando por fin llegué a ese puesto tan anhelado, ya no me sentía a gusto. Lo había logrado… pero ya no era lo que había soñado. Todo era diferente a lo que había imaginado. Más presión. Menos conexión. Menos alma.
En los años anteriores había trabajado en pequeñas y medianas empresas constructoras de mi país, donde hice de todo: supervisión, inspección, coordinación, control de obra, logística y compras. Aprendí a hablar con clientes, a negociar con proveedores, a lidiar con jefes exigentes y a guiar a equipos con respeto. Esa época me preparó sin saberlo, para dar un salto importante en mi vida: crear mi propia empresa.
Escalímetro no fue una gran constructora. Pero fue mía. Fue un sueño hecho realidad. La comencé desde cero, con mucha ilusión, y la construí con los valores que más aprecio: compromiso, honestidad, cercanía. Le di identidad, voz, alma. Diseñé su marca, armé su equipo, y trabajé con personas que compartían la misma manera de ver el mundo.
Fueron años muy enriquecedores. Porque ahí, en el tú a tú con los clientes, entendí el verdadero poder de lo que hacemos. No solo construimos estructuras. Construimos confianza. Proyectos de vida. Sueños. Y eso te transforma. Me volvía cercano a quienes atendía, incluso nos hacíamos amigos. Porque al construir su casa o su negocio no era solo levantar paredes: era acompañar, dar claridad, sostener. Porque el cliente expone sus mayores miedos, debe tomar las decisiones más difíciles, y abrirse a muchas emociones.
Pero cuando uno entra al mundo de los grandes proyectos internacionales, todo cambia. El propósito empieza a difuminarse. La humanidad se diluye entre cronogramas inflexibles, metas financieras, presiones externas, decisiones que no siempre entienden lo que pasa en el sitio. Se vuelve una carrera contra el tiempo. Una lucha constante por reducir costos a costa de lo que sea.
Y uno, de pronto, deja de ser una persona que acompaña para volverse un engranaje más.
Y es ahí, en medio de esa frialdad, donde vuelvo a preguntarme si ese era el propósito. ¿Valió la pena tanto esfuerzo? ¿Perderse tanto para llegar hasta aquí?
¿Entonces cómo se vive con propósito sin dejar de ser profesional?
No tengo la fórmula exacta. Pero sí tengo certezas que me ha regalado la experiencia:
- Que el propósito no está en los títulos, sino en la manera en que vives lo que haces.
- Que puedes ser profesional sin perder tu esencia.
- Que uno no trabaja solo para producir, sino también para conectar, aportar y crecer.
- Que cuando trabajas con sentido, el cansancio pesa menos.
Hoy intento hacer mi trabajo con más conciencia. Con más pausa. Elijo mejor a los equipos. Me doy permiso para escribir, para compartir, para volver a mi centro. Porque sé que el verdadero propósito no es llegar lejos, sino llegar con alma.
Y tú, ¿te has preguntado últimamente si tu trabajo te conecta con tu propósito?
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porque aquí no solo se habla de construcción. Aquí también se construyen personas.

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