Vivir lejos no solo es cambiar de paisaje.
Es abrir la puerta a lo incierto, a lo desconocido que también habita en uno mismo.
Al principio, todo es novedad: acentos que suenan distintos, calles que no sabes adónde conducen, rostros que aún no reconoces.
Pero con el tiempo, te das cuenta de que no es solo el mundo exterior el que cambia.
También se transforma el mundo interior.
He vivido lejos de casa. Y en cada lugar donde estuve, también me estuve buscando.
No sabía que al dejar atrás lo familiar, iba a encontrar partes de mí que habían estado esperando ser vistas.
Vivir fuera es aprender a soltar sin dejar de sostener.
Se sueltan costumbres, formas de hablar incluso ideas que parecían inamovibles. Pero también se sostiene lo esencial: lo que uno es, lo que uno cree, lo que uno ama.
Lejos del ruido conocido, uno empieza a escucharse con más claridad. Cada día representa una decisión: adaptarse o resistirse. Y en esa tensión, crece algo profundamente humano.
Nuevas palabras, nuevos ritmos, nuevas maneras de mirar lo cotidiano. Uno se vuelve aprendiz de lo simple, explorador de lo pequeño, coleccionista de momentos.
España me enseñó a caminar más despacio, a detenerme en la historia que vive en las piedras.
México me dio la oportunidad de construir nuevos lazos, de reinventarme en mi oficio, de sentirme parte de algo más grande.
En ambos lugares encontré amigos entrañables, oportunidades que jamás hubiera imaginado si me hubiese quedado en mi país.
Ya no veo el mundo igual. Lo percibo más amplio, más posible… pero también más difuso.
Porque una vez que se vive lejos, ya no se vuelve del todo. Algo se queda allá y algo se transforma aquí.
Ahora sé que el hogar no siempre es un lugar.
A veces es una conversación, un olor, una canción que suena igual a miles de kilómetros.
Uno se vuelve parte del mundo, y el mundo parte de uno.
Ya no me siento de un solo sitio. Siento que pertenezco adonde quiera que me encuentre. Y deseo seguir teniendo la oportunidad de conocer nuevos lugares que me cuenten nuevas historias.
Vivir lejos es una especie de espejo:
Uno se ve distinto, desde otros ángulos, con otras luces. Y en esa distancia nace algo nuevo.
A veces, para encontrarse, hay que alejarse.
A veces, lo más lejano no está afuera, sino adentro.
Y por eso, vivir lejos fue la forma más profunda que encontré de acercarme a mí mismo.

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