”Un recorrido por la zona sur de Costa Rica, entre mapas, monte y memorias, donde entendí que el progreso también se construye a machete limpio.”
Hay caminos que no aparecen en los mapas, pero se graban para siempre en la memoria. Algunos son de tierra suelta, otros apenas se abren entre la maleza, y todos tienen algo en común: te llevan a lugares que no solo están lejos en distancia, sino también en tiempo y en ritmo.
Durante un tiempo trabajé en un proyecto que marcó profundamente mi forma de ver el territorio y su gente: la valoración de terrenos para la instalación de una línea de alta tensión del proyecto SIEPAC (sistema de Interconexión Eléctrica de los Países de América Central), un ambicioso esfuerzo por unir eléctricamente a Centroamérica. No trabajaba directamente para el ICE, sino para uno de sus proveedores, y nuestra tarea era inspeccionar e identificar alrededor de 100 terrenos en la zona sur de Costa Rica para realizar el pago por expropiación.
Recorrer esas fincas implicaba abrirnos paso entre la maleza, cruzar ríos, escalar montañas boscosas, muchas veces sin senderos visibles. Sólo contábamos con un machete, un GPS y una libreta de campo. Lluvia, sol, calor y humedad eran parte del uniforme diario. Empezábamos temprano y muchas veces terminábamos cuando el día ya se había apagado.
Nos movíamos entre comunidades rurales, pequeñas propiedades agrícolas, zonas boscosas… lugares donde la señal del celular era un lujo y la hospitalidad era la norma. A veces dormía en la casa de conocidos en San Vito de Coto Brus, otras noches nos quedábamos en una posada sencilla en Palmar Norte y desde ahí organizábamos las rutas para inspeccionar los sitios marcados.
Una de esas rutas nos llevó por una calle de tierra tan estrecha y remota que, después de un buen tramo de camino, nos dimos cuenta de que habíamos cruzado la frontera sin darnos cuenta. Ya estábamos en territorio panameño. Aquellos momentos, lejos de cualquier señal o referencia clara, me recordaban que no hay límites definidos cuando se está tan metido en el corazón del paisaje.
Trabajar en este proyecto me hizo ver con otros ojos la enorme labor que realiza el ICE en nuestro país. Es fácil ver una torre eléctrica desde la carretera sin imaginar lo que implica colocarla allí. Pero estar en el terreno, sentir el cansancio, la incertidumbre, la incomodidad… me permitió conectar, aunque fuera por un momento con lo que viven muchos trabajadores que día a día se enfrentan a la naturaleza, al clima, a la distancia, con el objetivo de llevar progreso a las comunidades más aisladas.
Comprendí que detrás de cada poste, cada línea tendida, hay esfuerzo humano, sacrificio y una vocación de servicio que pocas veces se reconoce. Sentí admiración, respeto, y sobre todo, gratitud. Porque si algo me dejó este viaje por la zona sur fue la certeza de que hay personas que, en silencio y sin esperar reconocimiento, están construyendo país todos los días.
Esa experiencia me permitió conocer más a fondo una región del país que hasta entonces me era desconocida. Compartí con su gente, comprendí sus desafíos y necesidades, y vi con otros ojos el impacto que un proyecto puede tener más allá del plano técnico o legal. Me hizo reafirmar que detrás de cada línea trazada hay historias humanas, realidades que merecen ser entendidas con respeto y empatía.

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