Si me detengo a mirar hacia atrás, no hay una sola respuesta clara a esa pregunta. Lo que me trajo hasta aquí no fue un solo acontecimiento, ni una decisión puntual. Fue una mezcla de pasos pequeños, tropiezos, decisiones valientes y otras tomadas con miedo en el pecho. Fue también la suma de influencias, pasiones, heridas, convicciones, y ese constante deseo de buscar algo más.

Crecí bajo la influencia de un padre que tenía el alma llena de letras, de buena música y fútbol. No necesitaba muchas palabras para dejar huella. Con él aprendí a observar el mundo con sensibilidad, a darle valor a las ideas, a admirar la belleza en una canción bien escrita o en un libro profundo. Por otro lado, mi madre me mostró lo que significa ser resiliente. Ella, con su sonrisa llena de vida y un corazón siempre dispuesto a dar, me enseñó a no rendirme, a agradecer incluso en los días nublados.

De ellos heredé cosas fundamentales: la sensibilidad para entender el mundo, la capacidad de escuchar, la voluntad de avanzar aun con miedo. Yo, por mi parte, siempre he tenido un espíritu aventurero, aunque muchas veces cargado de inseguridades. Aun así, he sido de los que da el paso, aunque tiemblen las piernas. Me ha movido la curiosidad, el hambre de conocer, de aprender, de vivir. He querido experimentar, aunque me equivoque, entender otras culturas, probar otras comidas, y mirar el mundo desde otras esquinas.

Mi camino profesional me llevó por más de 25 años a vivir en el universo de la ingeniería civil. Desde obras pequeñas hasta grandes proyectos, trabajé en campo, en oficina, en gobiernos locales y en proyectos en el extranjero. Fui ingeniero residente, director de obra pública, perito valuador, gerente de proyectos, coordinador de diseño y hasta emprendedor, creando mi propia empresa constructora. Y en cada uno de esos roles, nunca dejé de ser el mismo: alguien que cree en el trabajo en equipo, en buscar soluciones en vez de culpables, y en valorar a las personas por lo que son y no por lo que tienen.

Pero había algo que siempre estaba latente, como una semilla queriendo brotar: el deseo de escribir. Siempre quise compartir ideas que sirvieran, que entretuvieran, que enseñaran. Algo dentro de mí sentía que, al poner en palabras las experiencias, los miedos, los aprendizajes, podía conectar con otras personas, acompañarlas en su propio camino. Creo firmemente que la palabra puede ser un puente hacia la empatía, hacia la conciencia, hacia una humanidad más compasiva.

Este blog nace de todo eso. De ese camino lleno de curvas y retos, de esas raíces familiares que me enseñaron a sentir y a pensar, de los años acumulados en campo, entre planos y discusiones técnicas en madrugadas de decisiones urgentes. Pero sobre todo, nace del deseo de abrir una ventana de reflexión, de compartir lo vivido con honestidad y de tender una mano desde la experiencia.

Hoy, más que buscar definiciones de éxito tradicionales, me interesa una vida con sentido. Si lo que escribo logra despertar una idea, un consuelo, una inspiración o una sonrisa en alguien, entonces estoy donde debo estar.

Porque en un mundo que muchas veces corre sin rumbo, lo más valioso que podemos hacer es detenernos a reflexionar…y compartir.

Esto fue lo que me trajo hasta aquí. Y desde aquí, con gratitud, escribo para seguir construyendo con ustedes.

Cuéntame, ¿qué fue lo que te trajo hasta donde estás hoy? Te leo. Saludos


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