Nos enseñaron que construir es avanzar, levantar muros, trazar planos, cumplir metas. Que todo aquello que no suma en línea recta hacia “el objetivo” es pérdida de tiempo, error, estorbo. Pero, ¿y si todo eso que evitamos o no entendemos -las pausas, los tropiezos, las dudas, los cambios de ruta- también fueran parte de lo que nos edifica por dentro?
En los proyectos de obra es común reprogramar, ajustar, demoler incluso lo que parecía terminado. A veces, en medio del ruido, del polvo y de las prisas, olvidamos que el proceso también nos transforma a nosotros. Que no solo construimos estructuras, también nos construimos a través de ellas. Lo mismo sucede con la vida.
Las pérdidas, las decisiones postergadas, los días en que todo parece sin sentido, esos también tienen algo que decir. Tal vez no se noten en el plano final, pero sin ellos, la historia no estaría completa. Porque no todo lo que se construye se ve. Hay cimentaciones invisibles, aprendizajes que no brillan pero sostienen.
¿Y si la confusión también fuera una etapa del diseño? ¿Y si el cansancio hablara de la necesidad de replantear, y no de rendirse? ¿Y si cada error no fuera un desvío sino una especie de cimiento nuevo, inesperado, pero necesario?
Desde otro ángulo, la vida misma es una gran obra en proceso. No lineal, no perfecta, pero sí profundamente significativa. Cada conversación que incomoda, cada decisión difícil, cada silencio largo…tal vez también están moldeando algo en nosotros. Tal vez no nos estamos perdiendo: nos estamos formando.
Al final, no hay planos definitivos. Hay trazos, intuiciones, y una voluntad de seguir construyendo aunque no siempre sepamos hacia adonde exactamente. Porque tal vez, solo tal vez, todo eso también sea parte de construirnos.
”A veces no estamos perdidos, solo estamos en construcción”
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