Hay decisiones que parten la vida en dos. Algunas las recordamos por el ruido que hacen, otras por lo que nos hacen sentir. En mi caso, casi todas las grandes decisiones empezaron igual: con una mezcla de miedo y ganas. Un nudo en el estómago y una voz en la cabeza que decía: “¿y si sale bien?”
La primera vez: El inicio de mi carrera profesional
La primera vez que elegí estudiar ingeniería civil no fue solo una decisión académica, fue una apuesta por la forma que quería ver el mundo. No tenía del todo claro qué implicaba ser ingeniero, pero algo dentro de mí sentía que quería ser parte de ese proceso de crear, transformar espacios, construir grandes obras, dejar huella. Recuerdo el primer día de clases, como si fuera hoy: rodeado de extraños, con la mochila llena de ilusiones…y de dudas. Pero también con la certeza que estaba donde debía estar.
Cuando llegó el primer día de trabajo, se activó esa sensación otra vez. Fue gracias a un muy buen amigo que me abrió la puerta de su empresa para hacer mi práctica profesional -ese último paso que necesitaba para graduarme como licenciado en ingeniería civil. El trabajo no era lo que imaginaba. No había mezcla, ni concreto, ni niveles en obra. Mi día a día era revisar planos, armar presupuestos, hacer cotizaciones, participar en licitaciones públicas…tareas que jamás habíamos tocado en la universidad. Me sentía fuera de lugar, pero también intrigado. Era otro tipo de construcción: la de entender cómo se levantan los proyectos antes de que haya siquiera un ladrillo en el terreno. Una parte invisible, pero fundamental.
La lección del primer error: Un precio que costó caro
Y como todo lo que se hace por primera vez, no estuvo libre de tropiezos. Recuerdo que debíamos presentar una oferta para una licitación muy importante, y yo estaba a cargo de cerrar el presupuesto. Me faltaba una cotización clave, y el contratista no me la enviaba. Presionado por el tiempo, opté por llamarlo directamente. Me dio el monto por teléfono y lo tomé tal cual, lo incluí en el presupuesto y salí en carrera a presentar la propuesta. Horas después, al recibir la cotización escrita, vi el error: tenía un cero de más. Un número que cambió todo.
Tuvimos que descartar la oferta. Perdimos el trabajo. Yo no sabía donde meterme. fue un momento tenso, incómodo, que me hizo dudar de si estaba hecho para esto, pero también fue un recordatorio brutal de lo que implica asumir responsabilidades. Aprendí que en este oficio, la precisión no es un lujo, es una necesidad.
Después de ese tropiezo, aprendí a moverme con cuidado, a preguntar sin miedo y a verificar todo dos veces. A menudo, los errores enseñan más que los aciertos. Pero como suele pasar, cuando ya crees que entiendes algo, la vida te lanza otro inicio desde cero.
El sueño de estudiar en España: Un nuevo horizonte
Muchos años después de aquel error que marcó mi primera experiencia laboral, me lancé a otro comienzo: estudiar en el extranjero. Esta vez, no por necesidad, sino por deseo. Me fui a Santander, España, un país que siempre había tenido un lugar especial en mi vida, y no solo por lo profesional. A mi padre y a mí nos unía una complicidad muy particular por todo lo que tenía que ver con lo artístico, lo histórico, lo cultural. España era ese lugar soñado donde convergían nuestras conversaciones sobre música, literatura, historia y, por supuesto, gastronomía.
Estar allí fue más que una experiencia académica. Fue una experiencia íntima. Caminar por esas calles, escuchar ese acento, sentarme en un café a ver la vida pasar…me hacía sentir, en parte, más cerca de él. Era como si cada rincón tuviera algo que habíamos imaginado juntos. Y a la vez, fue una confrontación directa conmigo mismo, con mis miedos, con lo que significaba estudiar de nuevo siendo ya adulto, con dejar la rutina que conocía y atreverme otra vez a empezar de cero.
El choque cultural: Aprendiendo a integrarme
En el curso, la mitad de los estudiantes eran españoles y el resto proveníamos de Latinoamérica. Habíamos compañeros de casi todos los países del continente, lo que le daba un sabor único a la experiencia. Al principio, como suele pasar, nos dividíamos en dos grupos: los latinos por un lado y los españoles por el otro. Yo, siendo mucho mayor que el resto, sentía la necesidad de conectar con todos. Mi curiosidad por aprender sobre sus experiencias profesionales era enorme, pero también quería empaparme de la cultura española, conocer cómo vivían, qué les movía, qué los inspiraba.
Recuerdo que al principio, cuando me unía al grupo de españoles, me miraban con algo de extrañeza. Tal vez pensaban que no tenía mucho en común con ellos, o simplemente no sabían como encajarme en su círculo. Sin embargo, con el tiempo, sus corazones y sus puertas se fueron abriendo, y eso fue una de las mejores cosas que me pudo pasar en esa etapa. Poco a poco, comencé a hacer nuevos amigos. Amigos con los que aún hoy, años después, mantengo contacto.
A veces, abrirse a las personas y a los lugares que visitas es la mejor forma de mostrar gratitud por la oportunidad de vivir una experiencia única. Agradecerle a aquellos que te reciben con los brazos abiertos y te permiten ser parte de su mundo. Esa apertura fue clave para que mi estancia en España fuera más de lo que jamás imaginé.
El salto al extranjero: Lecciones de trabajo y adaptación
Esa misma actitud fue la que me acompañó cuando decidí dar el siguiente paso en mi carrera profesional: trabajar en el extranjero. En México, un país con su propia cultura y desafíos, fue necesario, una vez más, abrirme a lo nuevo. El trabajo y la vida fuera de un país no solo te enseñan nuevas formas de hacer las cosas, sino que te permiten entender diferentes perspectivas, aprender a adaptarte, a colaborar y a ver el mundo desde otro ángulo. La experiencia internacional, tanto en lo personal como en lo profesional, se convierte en una verdadera escuela de vida.
Así como en España, donde abrirme a la cultura local me permitió crecer y forjar nuevas amistades, trabajar en el extranjero me dio la oportunidad de aprender lecciones cruciales que llevo conmigo en cada nuevo reto profesional.
Superando fronteras: Resiliencia y adaptación en México
Esa experiencia de adaptación en México fue un verdadero desafío, aunque el país compartía muchas similitudes culturales y lingüísticas con mi tierra, la realidad del día a día en el trabajo era otra. Aunque hablábamos el mismo idioma, pronto me di cuenta de que, a veces, las palabras no significan lo mismo, y la manera de abordar los proyectos, de organizar el tiempo o de interactuar en equipo era bastante diferente a lo que conocía. Los términos técnicos eran distintos, los horarios a veces se extendían más allá de lo habitual, y la dinámica laboral en general era un ajuste constante.
Lo más complicado fue luchar contra la soledad en un país que, aunque de habla hispana, me resultaba un territorio un poco extraño. Estaba lejos de casa, de la comodidad de mi entorno, y con la incertidumbre de encontrar mi lugar en un nuevo contexto laboral. Pero lo que me motivó a seguir adelante fue la convicción de que, aunque las circunstancias fueran diferentes, mis habilidades seguían siendo las mismas, y tenía la capacidad de adaptarme.
El regreso a ser empleado después de haber sido independiente por tantos años fue un contraste fuerte; sentí que había perdido un poco de esa libertad que siempre había tenido. Sin embargo, nunca perdí de vista mi objetivo: adaptarme, aprender, y demostrar que el esfuerzo, el tesón y la actitud positiva eran más importantes que cualquier diferencia cultural o profesional.
Poco a poco, los meses fueron pasando, y la adaptación llegó. Fueron necesarios alrededor de 8 meses para sentirme plenamente cómodo en el sistema, comprender cómo se trabajaba y lograr conectar con el equipo. Lo que al principio parecía insuperable, con el tiempo se fue convirtiendo en un proceso de aprendizaje constante y de integración a un nuevo entorno. Fue un desafío constante, pero también fue una de las experiencias más enriquecedoras que viví.
Atrévete a empezar: El éxito está en tu determinación
Al mirar atrás, me doy cuenta de que todo lo que he logrado ha sido posible gracias a esos momentos llenos de miedo y dudas, pero también de ganas, de determinación y de fe en mí mismo. Cada decisión que tomé, cada paso que di, fue un primer paso hacia lo que soy hoy. La vida, y la carrera profesional, son un camino lleno de experiencias nuevas, desafíos y aprendizajes. Y lo más importante: siempre es el primer paso el que marca la diferencia.
Si hoy te encuentras en un punto en el que estás empezando algo nuevo, ya sea un trabajo, un proyecto, o una etapa de vida diferente, te animo a que no pierdas de vista tu objetivo. No te dejes desanimar por los miedos o la incertidumbre, porque todo lo que necesitas está dentro de ti. Cada paso que das, por más pequeño que sea, te acerca más a tu meta. No importa cuán difícil sea el camino, lo que importa es dar ese primer paso, y luego seguir avanzando. Recuerda: el éxito no está en no caer, sino en levantarse cada vez con más fuerza.
Así que, no dudes más, da ese primer paso con confianza, cree en ti, y sigue adelante. El viaje acaba de comenzar y lo mejor está por venir.
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